domingo, 25 de enero de 2009

El jueves la nieve sorprendió a Hamburgo. Se pensaba que las nevadas, o esas apenas nevadas que hay en Hamburgo, ya habían terminado. Es por eso que a todos nos sorprendió esa nevada. Cayó recia, era como una tormenta que cae insistente, que no se deja distraer. A veces la nieve caía como cae la lluvía, pero a veces el viento llegaba y la hacía revolotear, la hacía dispersarse y fragmentarse. Fue algo muy violento, la nieve que caía no era esa nieve ligera que generalmente cae, de esa que como pluma cae sobre uno. No, ésta era una una nieve agresiva que se aventaba con furia desde el cielo y que golpeaba como queriendo perforar, como queriendo herir. La verdad es que ella sola no se aventaba sino que era aventada por ese cielo blanco que podía ver uno si se atrevía a alzar el rostro. Era un cielo furioso que intentaba deshacerse de un peso que no estaba dispuesto a seguir cargando. La nieve era disparaba sin tener objetivo y siempre dando en el blanco. Cada uno de esos cristales blancos era una bala perdida que reventaba dejando una gota de agua en aquello contra lo que chocara, dejando una gota de agua y un hoyo que no por ser diminuto dejaba de ser profundo.
Había algo más en esa nieve, había algo que dentro de uno rasgaba. Ya esperábamos climas más cálidos, más gentiles. El invierno es bello, la nieve recuerda cierta pureza y pulcritud, pero es también desolación, pura desolación, si quiero describirlo mejor. Es eso lo que la nieve por dentro nos destruía, la ilusión de un clima más bondadoso.

No importaba lo que ocurriera afuera, yo tenía que salir y fue así que perforados gorrito, chamarra y rostro llegué a la panaderia, perforados ánimos, deseos y esperenzas regrese a casa(?).

1 comentario:

Teresa Islas dijo...

Hermoso y terrible. Sin desechar toda combinación posible entre los adjetivos.